Los profesores de Religión sabemos que no han sido pocas las veces que
nuestros compañeros han alabado las excelencias de nuestra manera de
trabajar con los alumnos, del modo de acompañarles o de nuestra
disponibilidad para estar a la escucha de sus demandas, pero, al mismo
tiempo, también sabemos que muchos de ellos firmarían sin titubeos la
exclusión de la Religión de la escuela.
Por un lado nos valoran como
personas, por otro, cuestionan nuestra presencia como docentes. Este
peculiar modo de ver las cosas produce en nosotros un claro estado de
perplejidad. En efecto, el reconocimiento personal que suelen hacer de
nuestra labor lo es en virtud de la condición profesional que
desempeñamos y de nuestro estilo peculiar de trabajar con los alumnos.
El
presente artículo pretende mostrar lo que la Religión aporta a nuestra
escuela y lo mucho que se perdería si ésta sufriera el injusto trato que
desde las autoridades se pretende imponer. Intentaré mostrar una visión
reconciliada de lo que somos y lo que hacemos, y que no es más que un
fiel reflejo de ese gran maestro de vida, que supo ser y hacer en un
alarde de autenticidad: Jesús de Nazaret. Aunque a él, justamente por su
desbordamiento ejemplar de coherencia, lo mataron... Hoy, veintiún
siglos después, sigue sembrando vida por doquier.
Al igual que Jesús,
intentamos promover una visión del hombre en armonía con el mundo y
consigo mismo, más allá de esta cultura de la fragmentación que tanta
cosas separa; y lo hacemos desde una opción decidida por un mundo más
habitable (más humano) y un entorno natural más saludable, convencidos
de que el hogar exterior depende del hogar interior.
Nos preocupa
educar en una sexualidad de amor, que ve en el otro mucho más que un
cuerpo: un misterio que reclama un profundo respecto. Una educación de
la sexualidad que sea expresividad de mi yo: de mi cuerpo y de mi alma.
Una sexualidad del amor que supera todo exclusivismo, pues entiende que
amar, más que mirarse el uno al otro, es mirar juntos en una misma
dirección. Un amor que se desborda y salpica a otros.
Valoramos el
aprendizaje de saber cargar con uno mismo, pues ello constituye un buen
modo de hacerse responsable, de provocar el auto-descubrimiento. Pues la
moral del Evangelio huye de la ética del molde, de la burda imitación.
Creemos, en definitiva, en la tarea de descubrir y hacer emerger a ese
hombre que late en el corazón de todo hombre.
Apostamos por una
educación desde el amor, pues nuestra máxima, parafraseando esa otra
cartesiana del «pienso, luego existo», rubrica otra mayor: «amo, luego
existo». Nuestro empeño, a la manera de San Agustín, afirma esa gran
verdad de que, «cuando un corazón habla, siempre hay otro corazón que
escucha». El amor cristiano se constituye así en garante de la verdadera
pedagogía que no se conforma con amueblar cabezas... Va más allá, a la
intimidad del ser, allí donde se verifica el auténtico diálogo del ser
humano, donde la razón y el corazón se funden en un fuerte abrazo. Tal
fusión mueve al hombre, desde lo profundo, a dar testimonio del buen
hacer.
Impulsamos una educación desde y para la libertad, pues
creemos que la verdadera felicidad está en sentirse libre para poder
entregarse a lo más grande e importante.
Si eso fallara, todo sería
insoportable. Enseñamos a Jesús, al hijo de Dios, el verdadero príncipe
de la libertad: libre frente al dinero, frente al poder, frente a los
prejuicios, frente a cualquier grupo político-religioso, frente a los
afectos exclusivistas y frente a la misma muerte. Si ser libre es no
vivir desorientado, nosotros enseñamos que Jesucristo es la verdadera
brújula del hombre que señala el camino hacia el Oriente, la casa del
padre.
Enseñamos que el hombre, si bien es frágil, vulnerable y
finito, lleva en sus adentros el anhelo de infinitud. Radicalmente
descentrado por lo bello, lo verdadero y lo bueno, en definitiva, por
Jesús de Nazaret, el verdadero icono de la plenitud de lo humano.
La
Religión muestra, en definitiva, que el hombre no es un ser para la
muerte. Trascendidos desde el origen de nuestra vida, tensados por el
amanecer de la eternidad, vemos en la muerte la puerta hacia la vida con
el Dios Amor. Conscientes de que al final el amor será más fuerte que
la muerte, y que todo el amor sembrado en esta vida se verá sublimado en
el Cielo, enseñamos que una auténtica educación en favor de la vida no
puede orillar el tema de la muerte.
Para un padre o alumno que quiera
ejercer su derecho de elegir la enseñanza de la Religión, por ser
acorde con sus convicciones (artículo 27.3 de la Constitución) y que ve
en ésta una garantía ineludible hacia la consecución de una personalidad
integral (artículo 27.2 de la Constitución) que exige abordar la
dimensión trascendente de la persona, al menos para aquellos que así lo
sientan y lo demanden, la Religión cubre un hueco irrenunciable dentro
de nuestra escuela pública.
Es una verdadera pena que la miopía de
tantos laicistas nieguen este valor dentro de nuestra escuela.
Traicionan los fundamentos de nuestra cultura e imponen un modelo
monocolor y profundamente ideológico de una escuela que, de seguir así,
perderá uno de sus mayores activos: la asignatura de Religión Católica.
Lisardo Santirso Vázquez,
profesor de Religión
y miembro de la Plataforma Religión en la Escuela
Oviedo